EL CUIDADO COMO COMPLEMENTO A LA JUSTICIA
“El Feminismo no intenta hacer fuertes a las mujeres. Las mujeres ya son fuertes. Es cambiar el modo en que el mundo percibe la fuerza» G.D Anderson
Vivimos en un mundo globalizado que equipara el buen aprovechamiento del tiempo con un concepto de “productividad” forjado sin perspectiva de género.
Un mundo construido sobre un mercado de trabajo, diseñado en masculino, que ha despreciando históricamente el tiempo dedicado a los cuidados familiares, a los que niega valor social, económico y curricular, a pesar de ser un trabajo imprescindible para la economía, la sociedad y para la vida misma. Un trabajo tan duro como invisible, sostenido sobre las espaldas de las mujeres de todo el mundo, que también encabezan las estadísticas de la pobreza. Unas mujeres que se incorporaron masivamente a un mercado laboral hostil, que las discrimina, precisamente, por no dejar de cuidar. Un reciente estudio realizado en los países de la OCDE muestra la cronificación de las brechas de género del trabajo doméstico. Las mujeres dedican de media, el doble de tiempo que los hombres a las tareas del hogar.[1]
Pero la práctica de cuidar no solo es imprescindible para el sostenimiento de la vida cotidiana sino también por los valores y capacidades que fomenta en quienes la desenvuelven porque lleva consigo el desarrollo de habilidades como el respeto, la comprensión, la tolerancia, la empatía, la paciencia, el compromiso o la responsabilidad que son una aportación altamente útil para el desarrollo humano y la gestión pacífica de los conflictos.
Precisamente por ello, el miedo a los valores asociados a la feminidad ha sido esencial en la socialización militar, sustentada sobre el principio de autoritarismo, obediencia y disciplina que colisionan frontalmente con todas aquellas emociones que supongan una amenaza a la ferocidad exigida en las profesiones armadas. El afecto, la ternura o el cuidado son un desafío a la aceptación incondicional de la autoridad y por ello esos valores fueron erradicados y confinados a las esferas privadas y femeninas. Las mujeres no eran consideradas aptas para las guerras y por ello también se les ha negado históricamente su participación en la solución de conflictos armados, a pesar de las diversas Resoluciones de la ONU en sentido contrario.[2]
Este es el testimonio de un excombatiente de la guerra de Vietnam miembro de una patrulla americana de reconocimiento de largo alcance que, por error de inteligencia, perpetró una matanza de civiles inocentes, mayoritariamente niños y pescadores:
“ El coronel dijo: «No pasa nada. Ya nos ocupamos nosotros
¡Tenemos el número de bajas!» «¡Tenemos
el número de bajas!». Y empiezas a darle vueltas a la cabeza.
En el fondo sabes que está mal, pero en ese momento tus superiores
te están diciendo que no pasa nada. Así que, pues no pasa nada, ¿no?
Así es la guerra, ¿no?…
Nos querían dar una puta mención honoraria, los mierdas esos. Repartieron un montón de medallas. A los tenientes les dieron medallas
y sé que el coronel se llevó su puta medalla. Y con sus ceremonias
de entrega y todo, ¿sabes? Y yo allí de pie como un gilipollas mientras
repartían las putas medallas por matar a civiles”.[3]
Lo anterior tiene mucho que ver con los estereotipos sexistas y la asignación social de roles de género que predeterminan a los hombres para la autoridad y la responsabilidad y a las mujeres para la sumisión y la dependencia, por ello es más probable que los hombres combatan el miedo con agresión y las mujeres con obediencia. Los estereotipos son ilusiones cognitivas irracionales, que determinan como debemos ser en vez de reconocer como somos, pero con el tiempo se asumen como verdades absolutas. Los datos estadísticos de la población reclusa de cualquier centro penitenciario del mundo, evidencian que las mujeres delinquen desproporcionadamente menos en relación a los hombres. En las prisiones europeas, por ejemplo, el promedio de la población reclusa femenina no supera el 5’3% .[4]
El patriarcado y la estereotipia ahoga a las mujeres, pero también oprime a los hombres.
El Cuidado como aliado de la Justicia y herramienta preventiva anti violencia.
Las investigaciones de la psicóloga Carol Gilligan evidenciaron que las mujeres tienen un desarrollo moral diferente al de los hombres como consecuencia de su socialización[5]. Ellas son más aptas para el cuidado, pero no por razones biológicas sino por la vía del aprendizaje social. Se trata de una construcción de género, no de un rasgo de género, aparejada al rol de madres y cuidadoras que se les asigna por nacer mujeres. Por ello la categoría de género en este caso, puede sernos de gran utilidad en la comprensión de los conflictos.
Según la profesora Irene Comins, las estrategias utilizadas tradicionalmente por las mujeres en la resolución de los conflictos no son violentas y se sustentan sobre tres ejes sustanciales:
-La atención a la multiplicidad, teniendo en cuenta las especificidades de cada conflicto y las necesidades de cada parte.
-La no existencia de ganadores ni perdedores. Todas las partes deben quedar satisfechas, para evitar nuevos conflictos.
-La prioridad está en la atención a las necesidades y no en la aplicación de los castigos[6].
La violencia bélica y la violencia sexista tienen mucho común, son un automatismo ante el miedo a la diversidad. El patrón de la violencia funciona de forma similar, en las guerras, en la sociedad y en el ámbito familiar, siendo la violencia de género una de las más aberrantes expresiones del miedo a la pérdida de poder del hombre respecto a la mujer. Con cada golpe a una mujer se da prevalencia a un patrón social de exclusión y este se reproduce a futuro.
Por ello hay que universalizar el cuidado, como herramienta preventiva frente a la violencia social e intrafamiliar . Hay que invertir en la infraestructura los cuidados. Hay que promover un cambio real de paradigmas sociales donde la práctica de cuidar se convierta en el centro de las políticas sociales, haciéndose extensible a la otra mitad de la población, para hacer real la corresponsabilidad y la igualdad.
Hay que cambiar la ética del cuidado feminizada por la ética del cuidado humanizada, para caminar hacia una sociedad más pacífica e igualitaria.
El Cuidado y la asistencia no son asuntos de mujeres sino intereses humanos universales. Lo ideal no es militarizar a las mujeres, sino construir un mundo sin guerras, un planeta menos mercantilista donde la seguridad de las personas prevalezca frente a la seguridad de los Estados, y los derechos humanos no se dobleguen ante los poderes económicos. Hay que perder el miedo a la capacidad humana de cuidar. La Violencia genera violencia. El Cuidado genera Cuidado.
PINTORA: MARGARITA SIKORSKAIA
[1] http://www.eldiario.es/nidos/brecha-domesticas-mujeres-dedican-hombres_0_691181621.html
[2] http://www.un.org/es/peacekeeping/issues/women/wps.shtml
[3] Shay, Jonathan. Achilles in Vietnam: Combat Trauma and the Undoing of
Character . Nueva York: Scribner, 1994.
[4] http://www.20minutos.es/noticia/2057658/0/mujeres/prision/espana/
[5] Gilligan, Carol. In a Different Voice Psychological Theory and Women’s Development.Harvard University press, 1982.
[6] Comins Mingol, Irene., Filosofía del cuidar: una propuesta coeducativa para la paz. Barcelona: Icaria, 2009.