La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, no es un libro de ficción; no es una biografía, en sentido estricto; quizá no sea siquiera un verdadero y propio ensayo. Es, más bien, un rato de conversación; o un monólogo, de lectura ágil y comprometida en el que el lector -el oyente, el interlocutor- es interpelado constantemente, en segunda persona, como si su conocidísima autora, Rosa Montero (Madrid, 1951), se hubiera plantado delante de ella o él para contarle. Y como en toda conversación, también aquí hay digresiones, interferencias, alteraciones inesperadas del ritmo, evocaciones conmovedoras, lágrimas, risotadas intempestivas, interjecciones, preguntas retóricas… intimidad, en definitiva; pura y tierna intimidad. Entre otras cosas porque Montero emplea el idioma y expresa las ideas con la dulce sencillez de un acto cotidiano, como cuando se parte el pan o se cierra por la noche el pasador de la puerta.
Podría decirse que Montero habla en este libro de la vida y membranzas de Marie Curie, la famosa física -y química- polaca que dedicó su tiempo y su cuerpo a la mágica radiactividad. Pero, sentados junto a un velador, una tarde (quizá de invierno), tomando un café cargado y charlando de nuestras cosas -eso es leer este libro-, sería absurdo pensar que una autora como ella se iba a quedar en el relato de una vida solo. Por eso nos cuenta muchas más, comenzando por la suya propia. Y tomando por referencia los impactantes diarios que la gran investigadora escribió tras la muerte inesperada de su esposo, Pierre, La ridícula idea de no volver a verte nos enfrenta con elegancia y estoicismo al hecho terrible de la pérdida; nos ofrece una imagen fiel y desnuda del dolor, alejada del patetismo artificioso y, sin embargo, cargada de profunda conmoción. No se elude la desesperanza, pero el texto no se despeña nunca en el abismo.
Aunque la obra es también un alegato, un acto de reivindicación firme y sereno al respecto de la posición de las mujeres en el mundo y en la historia propia de cada una. Para Montero, Curie es un ejemplo de superación, de autoestima, de convicción; pero también encuentra en ella la huella espesa del patriarcado, el lastre pesado y asfixiante de la duda, de la culpa, del instinto protector. Llama la atención la extraordinaria lentitud con que nos vamos despojando de esas viscosidades y merece la pena preguntarse cuál habría sido el lugar de Mme Curie en el tiempo de hoy, cuánta de aquella fuerza escondida que desplegó su voluntad hubiera sido precisa para que su excelencia no cotizara por debajo de la de su marido Pierre; o la de tantos otros. No es difícil responder a esto, basta observar la vehemencia con que el machismo se desempeña, su iracundia, su patético vigor.
En todo este tiempo hemos perdido a muchas Curies, de eso no cabe duda; muchas mujeres excelentes que no tuvieron ocasión de brillar o que no fueron escuchadas; y muchas mujeres valientes que vencieron al dolor para prevalecer y permanecen ocultas. Pero quizá hemos comprendido al fin que para dejar entrar la luz hay que destrozar los muros de la caverna. En eso están las mujeres; y nadie las puede parar.
Reseña del libro «La ridícula idea de no volver a verte», de Rosa Montero, realizada por nuestro socio Gonzalo Alcoba