Autora: Mary McCarthy (trad. Pilar Vázquez). Ed. Impedimenta.
“Estaba en lo que más tarde supe que era una pose característica suya, con el pie derecho adelantado y en equilibrio sobre un tacón alto, en una mano sostenía un cigarrillo, en la otra un Martini”. Esta es nuestra autora, Mary McCarthy, y así la conoció Hanna Arendt, para después convertirse en amigas íntimas, como íntimo y estimulante fue siempre su apego intelectual. Aun cuando a McCarthy la tildaban de superficial, Hanna supo ver, cómo no, el talento que exige una disección social del calado que tan espléndidamente muestra en el libro.
Mary era hija de una clase acaudalada y también de la tragedia. Huérfana temprana, padeció los rigores de una educación rígida y vacía de amor. Había pasado por el Vassar College -ya una declaración de intenciones, no iba a seguir unos mandatos sociales que le pisaran las limitasen sus aspiraciones. O sí. Por esta u otra razón, fue desarrollando un temperamento decidido de una inteligencia sagaz y vibrante, cualidades que hicieron de ella una crítica literaria de renombre, invitada indispensable en los círculos intelectuales de la época, aun cuando a veces sus ácidos comentarios no encontraran espacio en los elegantes salones. Desde esos espacios, su talento natural para la buena conversación trascendió y llega a nosotras en forma de literatura universal, que hace del análisis social un relato íntimo, y, al mismo tiempo, colectivo que permite reconocernos en las vidas, sentimientos y controversias de las mujeres que retrata en El grupo.
Novela coral, narra las vidas de ocho chicas jóvenes de clase media-alta, mostrándonos, con extraordinaria habilidad, el punto de inflexión que impulsa los cambios de ciclo en sus vidas condicionadas por su condición de mujeres. El contexto histórico, social y político en el que se desarrollan sus vidas condiciona, y explica, asimismo, su desarrollo. De esta forma, a través de los recorridos vitales de Kay, “Pokey”, “Lakey”, Dottie, Libby, Helena, Priss, Norine y Polly, vamos viendo las sucesivas crisis derivadas de las decisiones que van dirigiendo sus vidas.
De esta forma, las dudas, certezas, y las encrucijadas que forman parte de la vida sitúan los debates sobre política, sexo y amor, maternidad y crianza, homosexualidad de hombres y mujeres lesbianas, cuidados, relaciones familiares intergeneraciones, relaciones de pareja, enfermedad mental…en una novela de lectura fácil a pesar de su dureza. Libro polémico en su momento, las generaciones sucesivas encontramos un fiel reflejo de nuestras circunstancias: seguimos sin tener saldadas las cuentas, sin tener asumidos nuestros cuerpos y nuestro bienestar autónomo, suficiente, respetuoso con nuestros deseos y con nuestros proyectos de vida. ¡Qué viaje descubrir este hilo del tiempo, que de forma lineal nos ata a Helena, a Polly, y a las demás!
Hablar de un libro complejo y con personajes tan ricos en su variedad vital, es imposible. Pero tampoco queremos dejar pasar la oportunidad de mencionar en esta reseña al menos a una de ellas. Tenemos que elegir. Y elegimos a Polly, sobre todo porque no podemos dejar pasar la oportunidad “aprovecharla” para una necesaria reflexión sobre un tema tan presente hoy, y tan mal tratado con demasiada frecuencia: los cuidados, y como parte de esos cuidados, de la salud mental, porque salud es bienestar social y mental y físico. Recordemos que Mary McCarthy ya lo reflejó antes que las organizaciones internacionales que se ocupan de la salud. Y otra vez con esa sensibilidad que abarca todo lo que toca, hay algo potente y conmovedor, que se aleja del algodón de azúcar, que emociona. Polly cuida a su padre con una atención que aun a día de hoy sirve para interpelar a las responsabilidades de todas, qué hacemos con nuestras madres, qué hacemos con nuestras madres mayores, qué hacemos con nuestras madres mayores y enfermas. Pues el camino lo marca Polly, estar, atender con mimo y sin infantilizar, supervisar y dejar la agencia suficiente para no entorpecer unos procesos mentales que no siempre son rectos. Y así Polly, cuida a su padre, le deja espacio, va cubriendo las grietas que abre, deja espacio y respeto. Y el padre va encontrando un camino, y su autonomía. En contraste abierto con el comportamiento de Harald, quien, con todas las características de un psicópata narcisista, induce el desequilibrio mental en Kay desde el comienzo de la relación hasta su desagraciado y triste final. El internamiento hospitalario de las mujeres también tiene un espacio en la obra. Su cuestionamiento, sin ahorrarse detalles de las trágicas consecuencias en las vidas de las mujeres, se constituye en espacio abierto a la reflexión.
Como no sería justo para Polly cerrar esta recensión asociándola -aunque sea por contraste- a un hombre que, socializado varón, utiliza todos los privilegios de su sexo sin cuestionarse ni un segundo su conducta, queremos acabar con un recuerdo especial dedicado a ella: en ese banco del parque, en el que la genialidad de la autora nos sentó a su lado para reflexionar sobre nuestros conflictos sin resolver. Qué de dudas. Qué de sola. Y Polly sigue, porque no puede deshacer todos los nudos de la sociedad, pero se va encontrando cada vez más cómoda consigo misma, y eso, esa actitud de afrontar los problemas con valentía