Una palabra recorre hoy todos los rincones de la vieja Europa: vergüenza. La ciudadanía sale a las calles y expresa su indignación ante el Acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y Turquía para expulsar a Turquía a todos los migrantes que lleguen de forma irregular a las islas griegas del Mar Egeo a partir del domingo 20 de marzo. Ello supone revocar las medidas solidarias que la Unión anunció en septiembre de 2015, tras la muerte del niño Aylan. Seis meses después, el futuro de los sirios es aún más negro y difuso. Tras comprometerse a reubicar a 160.000, no se ha dado la bienvenida ni a mil.
En estos meses, la ciudadanía hemos asistido, horrorizada, ante escenas que creíamos que no se repetirían: vagones con seres humanos, colas, lágrimas ante el hambre y la enfermedad, campos de internamiento bajo la nieve. ¿Les suena de algo? Sí, también entonces los gobiernos de la Europa de entreguerras quisieron contemporizar con el fascismo manteniéndose neutrales, en lugar de combatirlo desde el principio de forma tajante y valiente. De aquellos barros, estos lodos.
Europa se construye sobre múltiples espacios de “no derecho”. El acuerdo que hoy nos escandaliza no es nuevo: copia al alcanzado en materia de inmigración entre Marruecos y España: beneficios y apoyo político al país vecino a cambio de que este evite por todos los medios que los migrantes crucen las fronteras de Ceuta, Melilla y el Estrecho. Ello ha supuesto la destrucción sistemática de sus derechos y la puesta en juego diaria de miles de vidas humanas.
En el caso de Turquía, se añade un escenario de especial penosidad, dada la precaria situación de los derechos fundamentales, según los informe de Amnistía Internacional, y el específico maltrato a los refugiados sirios que allí se viene practicando. Todo ello, sin contar con la responsabilidad de nuestros gobiernos en el conflicto en Siria, como en tantos otros países, de donde la gente huye, literalmente, porque sus vidas allí ya no valen nada.
Con este pacto, Europa se arroja a los brazos de la xenofobia y repite su historia, inequívocamente en forma de tragedia. Urge un cambio de rumbo europeo con una mirada más humanitaria.
Pero nuestra reivindicación por el respeto de los derechos humanos de miles de refugiados, se intensifica necesariamente en el caso de las mujeres y menores, que han visto multiplicados los devastadores efectos de una travesía a ninguna parte. Un oscuro viaje a la Europa menos humana, en el que junto al frío, el miedo y el hambre se añade otro terrible peaje de género, el de los abusos sexuales.
Las mujeres y niños constituyeron aproximadamente el 34% del total de refugiados que llegaron a orillas del Mediterráneo por mar durante el año 2015. Ellos son todavía más vulnerables y vulnerados al estar más expuestos a los abusos de contrabandistas, funcionarios u otras personas que aprovechan el caos de las fronteras y la nefasta gestión administrativa de los países, en esta crisis.
En unos casos, se utiliza la violencia sexual como moneda de cambio para el pago del viaje y en otros, como un medio para obtener alimentos o dinero, cuando ya no les queda nada.
Por ello, deben extremarse las medidas de control por parte de los países europeos de tránsito, para garantizar la seguridad de los refugiados, especialmente mujeres y menores.
Desde la AMJE reivindicamos el reconocimiento de los derechos humanos de las personas refugiadas que se hacinan en las fronteras europeas, la toma de medidas efectivas para asegurar una acogida digna de los refugiados, el cumplimiento del artículo 19 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE y de los principios recogidos en el derecho originario europeo, que ha hecho de la UE un territorio de referencia internacional en reconocimiento de derechos de las personas. Reivindicamos, una Europa más humana y menos mercantilista.
19 de marzo de 2016