Hablar de la obra de Virginia Woolf, es hablar de ella y de su exquisita e incomparable escritura. “Una habitación propia”, fue una conferencia para un colegio de mujeres en el cual Virginia Woolf debía hablar de “La novela y las mujeres en la escritura”.
En este ensayo, Virginia Woolf concluye: “Para escribir, las mujeres deben tener libertad: una habitación propia y una renta anual asegurada.”
Virginia Woolf escribe esto a finales del siglo XIX, en una Inglaterra victoriana en la cual la asimetría jerárquica entre hombres y mujeres era notoria, y la educación, aun siendo laica, estaba segregada por sexos.
La autora señala así las raíces de un patriarcado en acción que siempre ataca a las mujeres, las oprime y las considera inferiores. Para ello, se enmascara de cortesía, tutela e infantilización en el trato.
En un giro magistral, Virginia Woolf dice: “¿Es la ira el demonio familiar que acompaña al poder? […] ¿Podría ser que cuando el profesor insistía con demasiado aliento en la inferioridad de las mujeres, lo que le preocupaba era su pérdida de superioridad?”
Desde una vida acomodada (pertenecía a una clase social privilegiada), con una renta propia, una habitación propia y criada en un mundo intelectual que le permitió el acceso a la educación ilustrada sin restricciones, y viviendo en una casa de mayoría femenina (“teníamos 6 empleadas para las tareas de la casa, eran todas mujeres…”), sus privilegios no le impidieron ver más allá del paisaje que pasaba por su ventana, y pudo identificar y destacar no solo las jerarquías sociales sino, y en especial, las de las mujeres en relación a los hombres.
Sin duda, leer la obra de Virginia Woolf es entrar en la raíz del feminismo desde un lenguaje y un estilo exquisito que hacen a toda su obra, única.