En nuestro club de lectura hemos leído y comentado muchos libros escritos por mujeres, que nos sumergen en relatos sobre su papel en la historia, sus diversas vivencias, las relaciones madre e hija o mujeres víctimas de violencia machista, entre otros temas. Con este libro, por primera vez, quisimos abordar la lectura de esa parte de nuestras vidas que eludimos con mucha frecuencia: la enfermedad. Y la lectura del libro Mi cuerpo también de Raquel Taranilla nos ha permitido navegar de forma relajada por las vicisitudes del cáncer que padeció la autora, a la vez que nos ha evocado situaciones similares que muchas de nosotras hemos vivido en primera o en tercera persona.
Hablar de cáncer sigue siendo un tabú en nuestra sociedad, al asociarse a la falta de expectativa de vida y a una muerte cercana. Por eso, cuando nos enfrentamos a la lectura de un libro que narra la experiencia en primera persona de esta enfermedad, sentimos un cierto temor. En el ámbito privado, cuando esta enfermedad afecta a personas queridas o conocidas, en muchas ocasiones supone un tabú y utilizamos eufemismos para no nombrarla, como si de esta forma nos alejáramos de esa condena que nos puede también afectar. La escritora Susan Sontag en su obra “Enfermedad como metáfora”(1978) ya nos advirtió sobre esa tendencia de tratar el cáncer como un castigo moral, poniendo en cuestión el uso de metáforas que solo consiguen estigmatizar a los pacientes.
Sabíamos que la historia tenía un final feliz, pues tuvimos la suerte de contar con la presencia de su autora Raquel Taranilla, que con delicadeza nos convenció de que el cáncer forma parte de nuestro propio cuerpo y que carecía de sentido tratarlo como un elemento ajeno a aquel. El libro escrito unos años después de haber superado el cáncer, realiza —según nos explica ella— el mismo ejercicio al que estamos acostumbradas en la justicia de intentar descubrir el pasado.
La autora se rebela contra el discurso de los médicos que acostumbran denominar al enfermo por el nombre de la enfermedad que padecen, deshumanizando a la persona. Describe cómo en el Hospital la maquinaria médica impide tomar decisiones, ni siquiera permite reivindicar tu cuerpo, y decide abordar, desde otra perspectiva, todo el proceso de su enfermedad —diagnóstico, tratamiento y postratamiento— cuando contaba con 27 años, y lo narra en primera persona desde los sentimientos más íntimos, sin dramatismos. Busca la manera de narrar su propia historia más allá de la historia clínica, poniendo en cuestión la autoridad médica.
Es un libro excelentemente escrito, con una precisión expresiva y una utilización maestra del lenguaje que te atrapa en su lectura desde las primeras páginas, y que trasluce su oficio de filóloga. Pero es que, además, está muy bien documentado sobre la enfermedad del cáncer, a la vez que a lo largo de su lectura nos quiere recordar constantemente que las personas somos finitas, utilizando el recurso en sus pies de página de citar a diversos autores, indicando la fecha y causa de su fallecimiento.
Ese “oncocuerpo” de las personas enfermas de cáncer, al que se refiere a lo largo de su narración, según la autora cita literalmente: “es un archivo histórico: las cicatrices y los dolores que aún me sacuden certifican mi pasado”. A la vez nos recuerda la importancia de gozar de la vida y de la necesidad de ser codiciosas con ella.
Os animamos a la lectura apasionante de esta magnífica obra. Seguro que os permitirá acercaros a vuestros cuerpos de una nueva forma y a disfrutar cada momento de vuestra vida.